
El llanto era real y lógico, porque no hay nada como rozar el último peldaño previo a la gloria. Las lágrimas de Raphinha eran el sollozo de un equipo, de una afición, de una ciudad. Eran el sueño de una generación que quiere escribir su propia historia, aunque haya noches para el olvido que proporcionen un bagaje reseñable. La jornada vivida frente al Inter (4-3) fue una de esas. Una en la que hubo un protagonista claro: Yann Sommer, el portero de los seis millones de euros que aniquiló el sueño de Lamine Yamal y del Barcelona.
La pelota ya hacía la comba, Lamine soñaba con correr hacia el córner. El Barça ya miraba al marcador como si fuera un reloj de arena. Su zurdazo era un potencial remate, pero tras el chute llegó la perplejidad. Quedaba escasa prórroga y Sommer había vuelto a erigirse como el guardián que necesitaba el Inter. Un héroe que no pilló por sorpresa.
El negocio del Inter con Sommer puede considerarse de los mejores realizados en el fútbol internacional en el último lustro, con independencia de lo que ocurra en la final. Ingresar 50 millones por Onana y pagar seis por el suizo debería estudiarse en las escuelas financieras. De operar así el Barça, Joan Laporta no tendría que recurrir a las célebres palancas.
El premio al mejor jugador del partido era merecido. Sus paradas fueron obras de arte de las que emanó la manifiesta frustración azulgrana. Su excelencia transformó una noche que transitaba hacia el olvido. La alegría fue el destino final al que llegaron todos los aficionados nerazurris. Y lo consiguieron gracias a paradas propias de dibujos animados: la realizada a Eric García oposita con rotundidad para ser parte de Óliver y Benji.
El recuerdo de Marciniak
El destino parece que le tenía reservada una noche trágica al Barça, como si la Champions fuera un matrimonio monógamo y el único idilio posible sea con el Real Madrid. El duelo en Milán se convirtió en su mito de Sísifo particular porque la roca cayó desde la montaña cuando los azulgranas ya la habían subido. El gol de Raphinha supo a billete a la final, pero nunca viene mal recordar aquello que decía un viejo zorro como Arsenio Iglesias: “Cuidado con la fiesta, que te la quitan de las fuciños“.
Eric García disparó de manera indirecta al colegiado (Marciniak), el mismo que arbitró el duelo entre ambos en 2022 en Milán (1-0), donde hubo decisiones polémicas. Puestos a hablar de reiteraciones, hay un nombre propio que se convirtió en protagonista negativo de nuevo: Ronald Araújo. Su aparición en la foto de los dos últimos goles italianos lo dejan igual de señalado que el año pasado, cuando su expulsión condicionó al Barça ante el PSG.
La nostalgia de otras noches
El recuerdo del 6 de mayo de 2009 no pudo repetirse. Aquel día, Andrés Iniesta desató el júbilo en Stamford Bridge con un gol que fue el pasaporte al primer triplete de la historia del club. Nunca está de más apelar a la nostalgia como gasolina para el presente. Pero esta ocasión le tenía reservado bastos a los azulgranas.
El Barça fue eliminado, como en 2010, un recuerdo que encaja más con lo vivido. El Inter se volvió a convertir en el monstruo que más pesadillas le despierta a los azulgranas. Hace 15 años, José Mourinho corrió por el Camp Nou en modo provocador mientras los aspersores regaban el césped. Ahora quedará el llanto de los jugadores en la memoria. Porque hay lecciones que se convierten en el impulso hacia los triunfos.
El llanto era real y lógico, porque no hay nada como rozar el último peldaño previo a la gloria. Las lágrimas de Raphinha eran el sollozo de un equipo, de una afición, de una ciudad. Eran el sueño de una generación que quiere escribir su propia historia, aunque haya noches para el olvido que proporcionen un bagaje reseñable. La jornada vivida frente al Inter (4-3) fue una de esas. Una en la que hubo un protagonista claro: Yann Sommer, el portero de los seis millones de euros que aniquiló el sueño de Lamine Yamal y del Barcelona.