

Explosión en Teherán tras un ataque iraní, este viernes de madrugada. / VAHID DALEMI / AP
Los raids israelís que se repitieron ayer contra el complejo nuclear de Natanz y otras instalaciones militares, y la muerte de los jefes del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Revolucionaria, además de otros mandos militares y de seis científicos adscritos al programa nuclear iraní, añaden mayor inestabilidad a Oriente Próximo, de por sí zarandeado en todas direcciones por la crisis de Gaza. Con ser significativos y preocupantes los efectos de la operación sobre el precio del petróleo, el comportamiento de las bolsas y la búsqueda de refugio de los inversores en el oro y el mercado de la deuda, no lo es menos el giro que el golpe de mano de Binyamín Netanyahu ha provocado en la postura de Donald Trump, con su anuncio de un castigo «aún más brutal» si la república de los ayatolás no se aviene a la mayor brevedad a cerrar un pacto relativo a su programa nuclear.
El ataque desencadenado por la aviación israelí no podía más que ser conocido con anticipación por la Casa Blanca. Pero cabe preguntarse si ha sido la demostración más palpable de que las negociaciones con Irán han sido infructuosas después de que los sesenta días de plazo que Washington dio a Teherán hayan vencido sin alumbrar un acuerdo (con el visto bueno de EEUU para utilizar el golpe como ultimátum) o si, más bien, se ha tratado de una maniobra exitosa de Israel para torpedearlas y reforzar de nuevo a un Gobierno en apuros (a la que Trump se ha sumado quizás para disgusto de quienes desde su misma administración apostaban por la vía diplomática). De la misma forma que la matanza de Hamás de octubre de 2023 logró hacer saltar por los aires la normalización de las relaciones entre monarquías del Golfo e Israel en el juego de potencias en la región muchas veces el objetivo real no es la acción en sí misma, sino la reacción que espera recibir.
La voluntad israelí de continuar con los ataques hasta inhabilitar por completo la posibilidad de que Irán se dote con un arma nuclear pronostica un alargamiento de la crisis de efectos desastrosos para la seguridad en la región. La sensación de impunidad de Israel no hace prever que se encuentre con restricciones. La intención de Alí Jamenei de dar una «respuesta severa» al bombardeo tiene un alcance limitado dadas las capacidades que la defensa aérea israelí volvió a demostrar ayer en Tel Aviv frente a la vulnerabilidad iraní. Y la capacidad de actuar por delegación a través de los aliados más activos de Irán en la zona ha quedado seriamente limitada en el Líbano y Siria.
Ha quedado en nada la pretensión de Donald Trump de presentarse como un presidente que no induce guerras, sino que las evita; su Administración se arriesga un enfrentamiento directo con Irán, tan asimétrico como peligroso, si se deja arrastrar a ello por Netanyahu, a pesar de que se haya apresurado a declarar que Estados Unidos no ha participado en el ataque. Queda en entredicho el efecto moderador en el golfo Pérsico del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán, logrado por China en 2023, o de las últimas misiones diplomáticas de EEUU en la región.
Lo voluble, inconstante e impredecible de Trump hace preguntarse quién es el guionista en el reordenamiento de papeles en Oriente Próximo.