
Donald Trump muestra cada vez más incontenidos deseos de atacar Irán. Y no solo para impedir que el régimen de los ayatolas alcance el estatus de potencia nuclear. En el supuesto de que no haya conseguido ya una condición en la que lleva avanzando casi dos decenios con un programa atómico, teóricamente de uso civil, al que Teherán ha dedicado ímprobos esfuerzos financieros, científicos y diplomáticos, con sanciones occidentales de por medio. Sino porque el mandatario republicano sopesa la involucración inminente y directa de EEUU en la confrontación armada de mayor inquietud geoestratégica, la que acaba de desencadenar Israel contra Irán. Trump no muestra reparo alguno en admitir que su propósito exige una rendición incondicional del Estado islámico. En medio de alusiones nítidas -desde Washington y desde Tel Aviv- de asesinar al líder espiritual iraní Alí Jamenei
Nada de toda esta excitación en el avispero de Oriente Próximo parece haber agitado al mercado de crudo. Sensible, como pocos, a cualquier factor que altere el complejo equilibrio entre oferta y demanda, ya sean asuntos económicos, productivos y, sobre todo, geopolíticos. Pero el barril de Brent y el WTI -de referencia en Europa y EEUU- no han emitido signos bruscos de alteración ante la peor de las pesadillas en la región más convulsa del planeta: una confrontación armada directa y sin frenos diplomáticos entre Israel e Irán. Si por señales moderadas se entiende unos repuntes de una docena de dólares a la semana de que Tel Aviv diera orden a sus cazas para que iniciaran sus incursiones en espacio iraní para bombardear centros energéticos y neurálgicos del régimen de Teherán.