
Todo empezó demasiado bien. Como en las películas de terror de serie B fue casi un mal presagio. Hubo un penalti a favor del Madrid en la segunda jugada del encuentro. ¡Penalti a favor del Madrid!, gritaron en las calles las gentes de bien. Guerras, dictaduras, penaltis a favor del Madrid. La tríada oscura. Pero lo fue, no hubo duda en eso. Gracias a la defensa adelantada del Barça y a Cubarsí, un jugador legendario que esculpe su mito a golpe de errores tremebundos. Mbappé tiró con el miedo agarrado a sus tobillos y fue gol. De milagro. Tan pronto que cansaba sólo con pensar el partido larguísimo y ese odio azulgrana, violento y carnal, que está en el origen del club catalán.
En el equipo blanco había dos laterales con un punto cómico. Lucas Vázquez y Fran García. El Madrid de Fran y Lucas, un Real inclusivo donde todos pueden jugar. Ancelotti ha acabado la temporada apresado en un personaje digno de Visconti. Maduro, inexpresivo, con una crueldad al que el traje impecable le da un latido azul, distante. Encerrado en sus obsesiones, como un monarca en su palacio de invierno. Pero la culpa de jugarse lo fundamental de la temporada con los dos peores laterales del fútbol élite europeo no es de Ancelotti. Es del club. Ese fue el lastre de estos años de ascetismo y milagros. Y eso acabó hoy. No es un aviso, es una sentencia. Con laterales así, cualquier esfuerzo es como subir por la cara norte del K-2. Sólo espera la niebla, el frío, la caída y la muerte. No hay más.
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Albert Ortega. Barcelona
Un suspiro después llegó el segundo gol de Mbappé. Vinicius desde su lateral, le puso una pelota combada y dulce, esa pelota que lleva toda la temporada huyendo de sus pies. Kylian subrayó demasiado con su cuerpo pero marcó. Al segundo palo. Era un 0-2 y ningún madridista estaba tranquilo ni feliz. Fue una alegría banal. La de una tregua en una guerra que se sabe perdida. Dos goles del francés en los que sobresalía su potencia, pero no su calidad de crack. En los dos disparos hubo un tono forzado, en su cuerpo, en su empeine, que contrasta con la fluidez que se le exige a la gran figura. Esa sencillez con la que se levanta el día. Esa que tuvo Vinicius el año pasado. Que tuvo el primer Raúl, Karim en toda su carrera. O Lamine Yamal.
Pero Kylian estaba dentro del juego, como Vinicius. Esa diferencia marcó los 15 primeros minutos y puede marcar el juego del Madrid del futuro. En caso de que exista el futuro, que hay serias dudas sobre la cuestión.
La calidad del partido era subterránea. Parecía aquel cuadro de Goya, el duelo a garrotazos con los contrincantes metidos en el barro. Pasaban los minutos y el VAR seguía revisando el gol del Madrid, una constante de la temporada. Primero es el VAR, luego la ONU y al final es UNICEF quien da el visto bueno tras sesudas deliberaciones. Los goles del Madrid tienen que ser impolutos y tener detrás algún tipo de pedagogía para ser aceptados. En caso contrario, se anulan ceremoniosamente.
El Barça seguía tejiendo su falso juego de espejos, mezcla de fe y el milagro de la pierna izquierda de Yamal. Era mover el balón y los madridistas tropezarse los unos con los otros. Así que no le quedó más remedio que marcar un gol algo birrioso tras un córner tan estúpido como todos los córners que le han rematado a los blancos desde que no está Militao.
En ese momento los restos del Madrid dejaron de sonar. Ya no hubo música ninguna ni centro del campo ni amenazas al espacio. Fue así de fácil. La estructura del Madrid era únicamente un aprovechamiento de las posibilidades técnico-espaciales de dos galgos ante una defensa mediocre. El resto del equipo era como los tanques de Sadam Hussein. Maquetas inflables puestas aleatoriamente sobre el campo para fingir una resistencia fiera.
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Albert Ortega. Barcelona
Valverde intentó amputarle la pierna a Lamine pero no lo consiguió. Fue una entrada digna de los 80, pero no había rabia en ella, sólo nostalgia por un tiempo que ya no va a volver. El uruguayo comenzó la temporada siendo el mejor jugador del equipo, pero en los últimos tiempos su juego se ha vuelto inservible. En una cacofonía sólo brilla quien pone orden, por eso Modric cambió ligeramente el partido en la segunda parte. Federico es un aristócrata a caballo que hace la guerra por su cuenta, no es un siervo ni un señor. Necesita de una estructura y una orden clara. Su energía se vuelve contra sí mismo en caso contrario. Hoy solo sirvió para apagar fuegos, ni siquiera para coser los bordes, y eso es un despilfarro.
Se puede hacer una elipsis y pasar por alto un largo tiempo en el que el Madrid se convirtió en una comedia de costumbres. Jugadores chocándose entre ellos mientras otros deambulaban sobre el campo desesperados, tambaleantes, como Bellingham, quien estuvo siempre en un plano distinto al del juego, como si fuerzas malignas le impidieran entrar en contacto con la pelota.
El Barça metió dos goles y parecieron pocos. Es el gran hallazgo de su temporada. Es un equipo de niños creyéndose cosas que aún no son. Edifican palacios de cristal que se vienen abajo con las primeras lluvias de otoño. Juegan a las cuatro estaciones en el mismo minuto. Sale el sol y es de repente, invierno. Luego llegan la primavera y el verano en el mismo toque perverso de Lamine. Dejan de existir al segundo siguiente y encajan dos goles sin drama que recuperan silbando con su melodía de boys scouts. Y así eternamente hasta que se les acaba el aliento y comienza la guerra de verdad. La que les hizo el Inter. La que les ganó el Inter.
Los italianos son un equipo duro y ralo que está lejos de la calidad de los grandes de Europa de estos años: Madrid, City y Liverpool; pero son un equipo realista. Y ese realismo fue veneno contra la gigantesca ilusión blaugrana. El Barcelona es un equipo hecho a la mitad. El pie izquierdo de Lamine, la puntería de Rapinha, los arreones de Pedri. Adolescentes jugando a ser dioses. Recuerdan a la quinta. Atacar así es fácil. Lo difícil es guardar los caudales y bordar el fútbol desde el equilibrio. Y ese camino no lo han recorrido.
Tras la entrada de Modric se comenzó a jugar otro partido. Es como si un Dios antiguo apareciese de repente en la Gran Vía. Todo se volvió grave y coherente. No le quitaban la pelota, no se caía al primer contacto, no se precipitaba, pensaba con el balón en los pies y se hacía con un segundo para dar el pase preciso. Su presencia, su impacto en el partido, puso en ridículo a Ceballos, un jugador que fue importante este año porque actuaba en un rol necesario, no porque su calidad fuera determinante.
El ejercito del Madrid
Fran, Ceballos, Asencio. El pequeño ejército de españoles que tiene el Madrid no pasarían de secundarios en los grandes paisajes del barroco. Ascencio no es un jugador al que se le adivinen los límites, en el sentido de que él es un límite en sí mismo. Ese resplandor indefinible que es el talento, no lo lleva consigo. Tiene velocidad y un toque aceptable, no se vence en lo malo y aprieta mucho dientes, pero eso sólo es la mitad de lo que se le exige a un central del Madrid. La titularidad de este año le va a hacer daño, como se la ha hecho a Rodrygo.
Ser titular en el Madrid es vivir incrustado en una batalla mitológica con paisajes nevados y una profundidad de campo renacentista. Y todo lo demás, la vida real o el banquillo, duele como un castigo. Como los cuadros que ya no están de moda y dejan de exponerse al público. Los bajan al sótano y allí se mueren de frío y soledad.
El Madrid va a tener que fichar. Bellingham es un jugador excepcional pero raro. Raro para el paladar español acostumbrado a los garabatos de Pedri o Isco, esos futbolistas a los que hay que alancear en el corazón para quitarles la pelota. El inglés se vence fácil. De vez en cuando encuentra caminos sinuosos, pero lo hace de forma esporádica, genialidad. No sabe mandar desde la normalidad.
Güler está educado en el país de las triangulaciones y es la pequeña luz de esta parte de la temporada, pero ante los medios del Barcelona, no compareció. Ninguno de los dos sabe mantener la posesión cuando la casa se está cayendo. Y ese es justo el momento que abre los caminos imposibles. De hecho, Luka lo hizo un par de veces y surgieron como por ensalmo dos ocasiones de gol. Balón retenido, pausa y pase en profundidad para Vinicius que se la regala a Kylian.
Así debe ser.
Que parezca fácil.
Así lo hacía Isco, o Xavi, o Kroos. Gente que amasaba cantidades ingentes de balón sin que el contrario supiese cómo acercarse a la caja secreta. Y una vez atraídos los rivales, llega el pase o el cambio de orientación y ya todo es horizonte, travelling, galope y gol. Con Vinicius y Mbappé, el Madrid necesita justo de lo que carece. De lo que tuvo y ya no tiene. Si no lo encuentra en el mercado o Güler no aprende lo que todavía desconoce, la próxima temporada nace muerta.
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Kike Marín
Al final del partido salió un canterano del Madrid. No tenía cara de futbolista. Quizás esta sea la única vez en su vida que salga en la tele. Le regalaron un balón franco para el empate y le pegó tan mal y tan raro que el balón se fue alejando de la portería hasta salir por una esquina del mundo. Seguramente ahora formará parte de una nube de asteroides y eso es algo de lo que conviene estar orgulloso.
En el acto final hubo un gol de Fermín, que tras consulta al alto tribunal fue anulado. Los culés se habían vuelto locos celebrándolo. Pero el Madrid ya estaba exhausto, ni siquiera se dio a ese gesto de abrir los brazos reclamando piedad al destino que ha sido la melodía de todo el año.
El partido acabó así, 4-3, un resultado asumible y fácil de digerir. Todavía existe Modric, el Barcelona no ganará la Champions y Mbappé será el pichichi de la liga. Hay que celebrar las pequeñas alegrías de la vida.