
La tensión en la que se ha instalado el mundo ha calado estos días en un lugar que estaba poco acostumbrado hasta ahora a cargar con las tensiones geopolíticas: la salud global. En la apacible, incluso aburrida, ciudad de Ginebra se han citado esta semana los principales responsables sanitarios de los países que forman la Organización Mundial de la Salud para afrontar quizá la mayor paradoja a la que se ha expuesto el organismo de Naciones Unidas: celebrar un acuerdo inédito en el peor momento de su historia.
El director general, Tedros Adhanom Ghebreyes, muestra la contradicción que atraviesa la cita de arriba a abajo: pasó de anunciar que al menos en 70 países los pacientes “no están recibiendo sus tratamientos, han cerrado los centros de salud y los trabajadores sanitarios han perdido sus empleos”, como consecuencia de los recientes recortes de financiación de Estados Unidos, a ponerse en pie para vitorear, en medio de una gran ovación, el nuevo tratado contra pandemias, cuyo precedente más inmediato hay que ir a buscarlo a 2004.